miércoles, 4 de marzo de 2015

Reseña de El bosque turquesa, de Lluisa Lladó (Torremozas, 2014)


EL BOSQUE TURQUESA
Lluïsa Lladó
Editorial: Torremozas






El bosque tuquesa, es el segundo poemario publicado por Lluïsa LLado, en esta ocasión bajo la supervisión de la editorial Torremozas.
Sin duda, el propio titulo del libro no responde, a mi entender, a un acto instintivo o casual; por una parte tenemos El Bosque , (en otros poetas sea el jardin, el edén, el origen, la niñez, la adolescencia), y por otro el color Turquesa, que nos sugiere la placida tonalidad con que a veces se maquilla el mar, ese tono envolvente, relajante, capaz de limpiar nuestra mente y de apaciguar nuestras ansiedades, y que la poeta traslada a través de su verbo a la fisicidad de su bosque.
Sobre la plenitud y la devastación de la infancia se han escrito muchos poemas, y nunca estará todo dicho, será un manantial inagotable, pues en todo ello ya está latente lo mejor o peor de nosotros mismos. Como iniciación y perdida irreparable todo ser humano llevará siempre en su corazón el sentir velado de los primeros años.
Y es desde ese lugar de fragilidad y desamparo desde el que se establece el cuerpo a cuerpo con el pasado y el presente, y al que LLuisa regresa para indagar, para restaurar, para revisitar, para explicar de alguna manera, quién es y de dónde proviene su experiencia vital.
La constatación de la dura realidad, arrasadora de vínculos y capacitadora de tranformaciones, dará como resultado unos versos sin acritud, aunque cargados de una irreparable meláncolia. Las renuncias y las eclosiones de lo que duerme tras el ahora van asomando en el presente como frutos madurados en árboles secretos bajo los que la poeta se refugia y se interroga. El agua del mar se filtra en los silencios del bosque y rueda por las hojas de la floresta, la humedad resbala por la estaticidad de las rocas.
“Sigo de mudanza por la vida, con mis penas y alegrías”, le confiesa cansada y eterna la poeta-niña a su madre faro, a su madre isla. Un te quiero sin tregua roza la mejilla de una madre terrestre que solitaria, en un recodo del bosque, siempre la espera. La mira y es ella misma y no es ella. La siente tan dentro que es más que improvable no ser una sola.
Mientras en ese lugar tan intimo y singular del que no quiere salir la poeta, fuera de todo tiempo o lugar mesurable, inmerso en un bosque de luces y sombras turquesa, ocurre para la eternidad el poema.


Joan Pinardell


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario