martes, 25 de junio de 2013

Tuya es la voz, el nuevo poemario de Amelia Díaz Benlliure





Portada del libro

II.- MI APROXIMACIÓN AL LIBRO
Al poco de conocer a Amelia, gracias a los milagros que a veces Internet regala, recibí la versión en PDF del poemario. No puedo precisar si fue antes o después de que ella supiera que la editorial Los libros de la frontera iba a publicarlo en su colección de poesía El Bardo actualmente dirigida por Amelia Romero. Recuerdo, eso sí, que desde su primera lectura tuve la impresión de que estaba ante un texto cuya esencia era la sinceridad más descarnada, a ratos casi brutal.
Como la autora anuncia en una breve y emocionante nota preliminar, el libro la invadió. Repito para que no pase desapercibido: el libro la invadió, la invadió… Todos sabemos lo que significa ser invadidos por algo o alguien, mas no siempre una invasión es una catástrofe. ¿No se dice a veces, estoy invadido por la felicidad? Cuando el escritor en general, y el poeta en particular, siente la ‘invasión’ de un libro en su interior, pierde su autonomía, se convierte en una especie de máquina transcriptora. Es decir, no tiene opción de no escribir, pues si se niega a hacerlo, todo el magma que arde en las entrañas, dañará o destruirá su interior. Precisamente a causa de esta necesidad irrenunciable, la sinceridad es nota esencial del resultado. Se trata de coherencia, pues ocultar, esconder, siquiera camuflar algo que se lleva dentro carece de sentido, desvirtuaría el texto.
También comprendí, al leer Tuya es la voz, que estaba ante una joya de la literatura pensada para decirse con la naturalidad con la que se habla, sin los engolamientos propios de los grandes discursos en que las palabras resuenan como truenos, pero no dicen nada, o casi nada, o tuercen su verdadero sentido.
Para que no se piense que me refiero a cosas extrañas, tomo prestada una reflexión de Manuel Rivas que se lee en su última novela, Las voces bajas:
«No sabemos bien lo que la literatura es, pero sí que detectamos la boca de la literatura. Tiene la forma de un rumor. De un murmullo. Puede ser escandalosa, incontinente, enigmática, malhablada, balbuciente. Yo conocí muy pronto esa boca. En aquel momento era, ni más ni menos, la boca de mi madre hablando sola»
Creo que no es casualidad que tanto Manuel Rivas como Amelia Díaz hayan usado la palabra voz, para ahormar el título de sus obras…
Voz: modo en que nuestro pensamiento cruza el aire para llegar a otro, a otros. Voz: arcilla inmaterial que funda la palabra como materia prima de la comunicación. Voz: palabra entrando a través de los oídos y anidando en el corazón. Voz: instrumento musical perfecto, según afirman quienes más saben.
En el caso de Amelia esta voz del título no es la suya —aunque esto se matizará más tarde—, sino la de su padre. No estoy descubro nada del libro pues en la nota preliminar, a la que me he referido, termina con estas palabras:
«Sin embargo, cuando terminé [el libro] sentí la necesidad de reflejar mi yo. Mi yo desde el otro lado del espejo mirando ya desde la vida, desde la esperanza, desde la reflexión, el tiempo pasado entre hospicios y hospitales, descubriendo que sí, que su voz se quedó. Que habita en mí»
III.- TEMA
Pero esa voz que, como acabo de señalar, se queda a habitar en la autora ¿qué dice? ¿De qué habla Tuya es al voz?
Somos, en buena parte, nuestra memoria. Cuando el individuo pierde su pasado en el olvido, deja de ser quien fue. Su organismo, su aspecto, su gesto se asemejarán a lo que sus allegados o conocidos recuerden, sin embargo no-será la persona que fue… Es más, probablemente no será. De esto sabe mucho esta época que nos ha tocado vivir, pues las enfermedades que afectan a los recuerdos se han extendido como una moderna plaga. Nadie, por desgracia, es ajeno a la posibilidad de padecerlas: da lo mismo que el sujeto haya sido catedrático, labrador o mendigo, intelectual, artesano o mecánico. Pues bien, lo mismo que sucede con el individuo, acontece con los grupos: familias, pueblos, ciudades, naciones… Si la especie humana no fuese social —es decir no viviera colectivamente—, quizá no sucedería de este modo. Pero así somos. Somos sociales y necesitamos de los otros para ser nosotros mismos, para crecer y para ayudar al crecimiento general.
Sucede a veces que la necesidad vital del individuo coincide con la del colectivo. Y ocurre el milagro de que el libro, partiendo de una experiencia autobiográfica, coincide con la necesidad del grupo. Esto ha sucedido con Tuya es la voz. Antonio Tello lo dice mejor en el prólogo:
«(…) En Tuya es la voz Amelia Díaz Benlliure cumple con estas premisas a partir de una historia particular que proyecta su verdad esencial sobre la comunidad. El libro (…) confronta la memoria, la realidad de la historia, con sus proyecciones especulares en un gesto desesperado contra el olvido que hace posible la impunidad»
Este es el meollo del libro: la memoria, mejor dicho, la urgente necesidad de que el olvido no la destruya, la imperante necesidad de seguir siendo nosotros mismos desde el recuerdo de lo que fuimos, y lo que fueron quienes nos precedieron, pues su olvido sería como cercenarnos nuestras raíces.
Habréis observado o sabréis que cuando alguien vive lejos de sus orígenes hay un tiempo complicado de adaptación. Por muy buenas que sean las condiciones del lugar donde haya ido, será extranjero: es decir, como una planta arrancada de la tierra. Pues bien, cuando arrancamos —o nos arrancan— el pasado, o sea el lugar del que venimos, sufrimos, perdemos las referencias, casi el equilibrio. Como las plantas, somos seres en busca de luz, pero como ellas también necesitamos de la tierra para crecer. Somos un proyecto encaminado hacia el futuro, es verdad, pero sin nuestra memoria, no existirá sendero por donde avanzar.
Por ello la literatura una vez y otra vuelve al recuerdo —personal y colectivo—, y realiza un perenne e infatigable ejercicio de memoria. Se trata de mantener atado junto al corazón, junto al presente, lo que nos explica, lo que debe ayudarnos a no olvidar. Se trata, además, de una medida preventiva que evite repetir errores.
Tuya es la voz es el ejercicio y la necesidad de una gran poeta, que primero es hija, de fijar para siempre recuerdos esenciales de la figura de su padre articulados en torno a dos momentos de la biografía paterna que se concretan en dos palabras: el hospicio donde se crió y el hospital donde murió. Dos palabras que llevan hacia el dolor, la desolación, la dificultad, el sufrimiento, pero que, al mismo tiempo, y como señala Amelia, comparten etimología con hospitalario, hospitalidad.
A veces convendría darle la vuelta a los significados de las palabras para ahondar en su esencia. Hablamos de un hospital, de un hospicio y nos invaden imágenes tristes o preocupantes… ¿Por qué no pensar que estos establecimientos sirven para intentar atemperar esa situación? ¿Qué sería de nosotros sin los hospitales? ¿Qué hubiera sido de tantos seres humanos sin los hospicios? ¿Qué sería la humanidad sin hospitalidad?
Cuenta Amelia en la nota previa que mientras esas dos palabras (hospicio, hospital) le rondaban, también recordó que su padre era muy hospitalario y acaso con las tres se podría explicar su vida. Dice la contraportada del libro:
Tuya es la voz es la poesía grito contra la desmemoria, contra el olvido pactado. Es un profundo anhelo de justicia que ordene el mundo bajo los parámetros de la felicidad y la belleza.
¿Pero es sólo esto, aunque esto sea tanto?
A mi modo de ver es algo más. O mejor dicho, es el rescate en plenitud de la memoria, a través de un ejercicio de asumirla en la propia esencia.
Está muy bien y es necesario, como vengo sosteniendo, evitar el olvido; pero esto se puede hacer de diferentes modos, y el que mejor garantiza el éxito es lograr que esos recuerdos pasen al circuito de nuestra existencia. Es decir, la memoria no es sólo archivo o museo o álbum fotográfico: la memoria es la forma de vivir, el modo en que los recuerdos logran pasar al caudal de nuestro tiempo.
Tuya es la voz no es sólo un catálogo de vivencias, de hitos fundamentales para la existencia de la autora y de su padre. Amelia se enfrenta a esos recuerdos con la misma naturalidad con la que nos enfrentamos a nuestra imagen en un espejo al levantarnos por la mañana. Ella no se limita a contar poéticamente tal o cual momento en el hospital o en el hospicio, sino que pregunta o se deja interpelar, se rebela, admite, llora, lamenta, desea, propone, proyecta. Por tanto también su voz, la de la poeta, aparece en este libro.
IV.- ALGUNOS DETALLES FORMALES
Esta actitud tiene su reflejo en la estructura del poemario.
En sus páginas impares leemos el asunto biográfico relacionado con el recuerdo de su padre. En las pares, la reacción que tal suceso está produciendo o produjo en Amelia. Es decir, entraña ese recuerdo, incorporándolo a su forma de ser.
Y como se trata de dos planos diferentes —aunque ambos repercutan en la misma persona—, el modo en que se manifiestan es distinto también: dos modos de escribir poesía, dentro del mismo estilo. Así, los poemas de las páginas pares son más breves y de un tono más íntimo aún, más misterioso, más reflexivo.
En general la poética de Amelia se caracteriza por poemas breves y rítmicos, como de inmediato capta el lector y por un lenguaje sobrio en la forma, pero brillante en la imagen. Como queda apuntado, la poeta afirma que, junto con la música, las matemáticas y la poesía comparten la capacidad para la abstracción. En su consecuencia, la poética de Amelia apuesta por la esencia, lo que le acerca a formas de abstracción. A ver si me explico. El asunto concreto del que parte el poema —o el poemario— al final es casi invisible, como el hilo de la cometa. Lo que importa es el modo en que vuela, no el hilo que la sujeta a su propietario; y sin embargo, sin ese hilo, el artefacto acabaría por desaparecer, quedando a merced de los vientos o de sus ausencias, perdido para siempre. Quizá exagere, pero acaso así se podría definir el modo en que escribe Amelia. Muchas veces el asunto queda casi invisible a la vista del lector que emprende vuelo en los versos, pero a poco que se reflexione, enseguida uno atisba nuevamente ese hilo que sujeta su vuelo.
Para Amelia el poema es un conjunto y todo tiene que estar a disposición del significado, no sólo la semántica de las palabras. En su consecuencia, también la tipografía ha de estar al servicio del poema. Como comprobamos cuantos leímos Manual para entender las distancias (su primer poemario individual), la tipografía es un elemento más del significado del poema. No se trata sólo de algo más o menos bello, sino que tiene que reforzar el contenido. Para ello distribuye los poemas en el espacio de la página como quien piensa la estructura de un escenario, elige el tamaño de las letras para anunciar su estado de indignación, usa la letra cursiva para resaltar que leemos su reflexiones más íntimas, tanto que a veces alcanzan el tono de la oración un tanto despechada con el creador.

Sin ciel/no, un libro de poemas de Marcelo Díaz






Comentario de José Manuel González de la Cuesta
El nuevo libro de Marcelo Díaz: “Sin cielo, sin cieno” es un poemario de altura, de gran madurez artística, que nos sitúa ante a un artista que se mantiene en el cenit de su carrera, ya larga, pero no por ello menos intensamente fructífera. Porque Marcelo Díaz es un renacentista del siglo XXI, no sólo por su manejo creativo en dos terrenos tan aparentemente distantes como la poesía y la escultura, sino por la vasta cultura que tiene puesta al servicio del arte y de la humanidad, en el convencimiento de que el hombre sólo se salvará cuando se reconozca a sí mismo como un sujeto extraordinario, para la bueno y para lo malo, esencial en el devenir de la vida.
“Sin cielo, sin cieno” recoge el espíritu de una manera de entender el arte, que tiene que ver con cierto expresionismo poético, al transmitirnos a través de los versos que surcan el libro, con una edición sumamente cuidada y original, sentimientos profundos que van más allá de la pura belleza formal y académica. Sus poemas son como paletadas de color poético, al igual que sus esculturas nos hablan de la vida desde la abstracción de la forma, porque es una manera más íntima y personal de transmitirnos las emociones y sentimientos que albergan en su interior. Hay una intención deliberada de esculpir palabras con una belleza que nos trastoca el alma, gracias a una poesía casi matérica, que cierra el círculo de Marcelo Díaz como artista en permanente simbiosis entre la forma escultórica y la forma poética, que nos hace recordar el espíritu informalista: abstracción, expresionismo, materia e inconformismo, de los grandes artista españoles de la segunda mitad del siglo pasado.
Pero “Sin cielo, sin cieno” no es un libro vacío, al modo parnasiano del arte por el arte. Esconde una fuerza espiritual reivindicativa del hombre frente a la codicia, la maldad, y la corrupción del poder. Alza la voz para decirnos que el ser humano tiene esperanza cuando se levanta como defensor de todo aquello: la bondad, la inteligencia, el valor, la justicia, el amor… que le ha hecho la criatura más fascinante de la creación. “La carne se hace verbo y es la vida” nos declama en un verso de uno de sus poemas; un aliento necesario para saber que la vida es un camino lo suficiente hermoso y breve, como para no dejarlo en manos de facinerosos cobardes, porque “llegas a la vida/y ya es ineludible la muerte”.


José Manuel González de la Cuesta
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