martes, 2 de octubre de 2012

El amanecer de la nevera


Una vez en una tarde poética
hubo una diva que en do menor
ensalzó la tableta de chocolate de su legítimo
(dedicado a amelia)


Y aquí desfalleciendo de amor
no entiendo de pasteles,
ni del cacao amargo de tu torso.

Solo que de tu cuerpo de atleta
me dejaste un pie viudo.

Amo con donosura
los macarrones con tomate
que estamos en crisis 
de existencias
en la alacena del olvido.

Y tus besos son gasolina
de la fuente seca
de un pueblo que descansa bajo el pantano.

Me muerdo los labios pensando tu nombre
y sabe dulce.

Abrazo el respiro
que escapó de tu risa
con un caza mariposas
cuando como siempre
con tu oratoria me hechizabas
siendo una garrafa u una bombilla de bajo consumo
testigos
de un amor con h de humilde.

Acaricio el plato
que fue el espejo
y en ese combate
de juegos malabares
descubrimos el cuerpo
y no entregamos el alma
disco duro de una foto
que parece
la de dos locos:
la enredadera 
y la parra
y siento que estoy viva
y divago con la conjugación
falsa
y me dejo arrastrar por el piso
atadas tus manos
a mis tobillos.

Yo no entiendo de pastillas de chocolate
sino únicamente de momentos de felicidad.

Y con el pronombre de un tenedor
devorar instantes más gozosos
que entregarse a un desconocido
y no poder conquistar tu sexo,
firmar un contrato hipotecario
de vivir de pastas y hortalizas
con yogur de fresas
y no ser más que otra
 en tu lista de la compra.


Lluïsa Lladó



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